Fue en el año 1777 cuando Leonhard Euler le dio a el nombre de i, por imaginario, de manera despectiva dando a entender que no tenían una existencia real. Gottfried Leibniz, en el siglo XVII, decía que era una especie de anfibio entre el ser y la nada.
Fuente: Wikipedia
Y fue en 1995 cuando, en mi tercer año de carrera, aprendí cómo una ecuación «real» muy compleja se simplificaba enormemente pasándola a números imaginarios, donde se resolvía con sencillez, para luego volver a pasarla a números reales y encontrar una respuesta válida para el caso planteado.
Era algo que, intuitivamente, tenía un gran sentido para mí y que presentaba una interesante alegoría a cómo se genera y también se pueden resolver las cosas en esta vida «real»: desde la imaginación.
Desde algo que parece irreal, porque no lo vemos o tocamos, o no lo comprendemos en ese momento, como la raíz de -1, podemos encontrar nuevos y más sencillos caminos para nuestra vida.
Que no lo comprendamos no significa que no exista. Darnos cuenta de que lo que hasta ahora considerábamos real es sólo eso, una creencia, y que no es lo que dicta quiénes somos o qué podemos hacer, sino que sólo nos da un marco de actuación y que podemos, si nos ayuda, en un momento dado, cambiar a otro marco con soluciones más sencillas, es un importante avance.
Nuestra imaginación nos conecta con nuestro espíritu, con lo que somos capaces de crear. Es una poderosa herramienta para crear lo que deseamos. El Sueño se transforma entonces en Realidad.